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El perdón: una defensa científica

Del número de marzo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante un partido de fútbol en la universidad, uno de los jugadores me pegó intencionalmente en la cara con el puño. En lugar de reaccionar violentamente, respondí con compasión cristiana hacia el otro jugador, a quien no conocía. Luego, me pegó de nuevo, con un gancho en el mismo lado de la mandíbula. Permanecí callado y no tomé represalias. Nuestros compañeros se interpusieron y nos sacaron de la cancha para evitar un conflicto mayor.

Cuando me fui a un lado de la cancha, mis compañeros de juego, trataron de ayudarme (!), diciéndome que me había pegado duro. Algunos me dijeron que la mandíbula se estaba hinchando y que pronto se pondría azul. Otros me preguntaron por qué no le había pegado. Sabían las distinciones que había obtenido como jugador de fútbol y luchador, y me decían repetidas veces: “Lo hubieras podido vencer”. (Me enteré luego de que ese joven había regresado recientemente de hacer el servicio militar en el Asia sudoriental y que todavía vivía en su mundo de combate.)

Aunque oía todo eso, escuchaba en silencio al Amor divino, Dios, y pensaba en el ejemplo de Cristo Jesús. Pensé, especialmente, en el encuentro que tuvo en la sinagoga con el hombre que tenía un "espíritu inmundo". Marcos 1:23–26. Jesús, al percibir con claridad que el mal no era parte del hombre, reprendió al espíritu malo y sanó al hombre. Me dí cuenta de que el mal no era más personal en mi caso que en el de Jesús. Sólo podía amar, porque el Amor es la única Vida.

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